
En el contenedor que estoy abriendo ahora para echar restos de mi vida cotidiana aparecen, brillando en la penumbra, imágenes rotas de papel fotográfico.
Extraigo una al azar y luego otra, y otra, y muchas, y compruebo que las personas que se muestran rasgadas por cualquier parte son siempre las mismas: un hombre y una mujer; nada más; nadie más.
Ambos han cerrado el contenedor de su llanto para abrir otro en algún lugar diferente.
Diferente el uno del otro.