
Esta tarde he visto un sol blanco y redondo tras una cortina de niebla. Conduzco llena de vida por el carril de la derecha y el sol queda enfrente, hacia la izquierda. Mi hija pequeña me espera, supongo que con el abrazo y el beso y la sonrisa que siempre me ofrece y que yo recibo y devuelvo complacida. Escucho la radio, noticias y comentarios envueltos en papel de canciones de moda. Puedo incluso notar el latido de mi corazón, el roce que producen las ruedas sobre el pavimento gris, tambaleante junto a serpentinas de campos de otoño.
La tarde, la noche cercana, el amanecer, el día, todo se inunda de pinceladas ante mis ojos. Y, de repente, más allá de la radio o el latido o el roce de las ruedas, incluso más allá del beso de mi hija, me viene a la mente el poema de Ángel González:
¿Cómo seré yo
cuando no sea yo?
Cuando el tiempo haya modificado mi estructura,
y mi cuerpo sea otro,
otra mi sangre,
otros mis ojos y otros mis cabellos.
Y pienso que quizás sea como ese sol blanco y redondo que aparece más allá de la niebla.