En la parte trasera del taxi se besaron y se abrazaron. No como se besan y se abrazan las parejas desbordadas de pasiones enardecidas y dispuestas a saciarse en varios minutos. No como esas otras en las que la rutina predispone al automatismo, a la secuencia tantas veces repetida, casi al hastío.
No como aquéllas en las que el cariño se torna leve caricia en la espalda y roce de labios sonrientes, sin más.
En aquel taxi, entre otros vehículos que atravesaban asfaltos quejumbrosos, fachadas, semáforos, bocinas, voces, anuncios de Navidad.
Tanto tiempo esperándote, dijo Ana.
Tanto tiempo esperándote, contestó Roberto.
Y ése fue el mejor regalo que el taxista hubiera podido imaginar para una tarde de finales de diciembre.